domingo, 22 de abril de 2012

XIII Patinada Popular!

Más o menos, al igual que el año pasado, el chico se despertó sobre las dos de la mañana. No estaba tan cansado como el año pasado, ya que el sábado no había ningún preparativo importante. Así que, desayunó, y dejó que pasara el tiempo. Cuando ya veía que tenía el tiempo adecuado para llegar al tinglado, se puso los patines, salió de casa y empezó la marcha, bajo la oscura noche de Valencia.

El trayecto hasta allí fue tranquilo. Casi no había gente a esas horas por las calles. Iba despacio, no quería gastar más energías de las necesarias, le harían falta.

Cuando llegó, no era el primero, ya le esperaban otros miembros del grupo. Aguantaron un poco más, hasta que ya eran un número aceptable para empezar a trabajar, y se distribuyeron en dos grupos, para ir haciendo ambos lados del puente. La tarea parecía sencilla, ir cogiendo vallas y poniéndolas a lo largo del recorrido. Pero iban pasando los minutos, y las horas, y cada vez le resultaban más pesadas. Pero no se rindió.

Ahí estaba el amanecer. Al igual que el año anterior, enganchado a la furgoneta, notando el aire en la cara, y el asfalto en las ruedas de los patines. Ya les quedaba poco para acabar. Una vez puestas todas las vallas, solo les quedaba ayudar a los que estaban encintando, para así, acabar con todo.

Una vez puesta la última cinta de publicidad, ya podían irse a disfrutar un poco del descanso que se habían ganado. Pero poco, ya que al rato empezaba la patinada popular, y este año podían hacerla, ya que habían muchos voluntarios, y no tenían que quedarse vigilando.
Cuando acabó la vuelta, se metió dentro del tinglado, para ver la multitud de actividades que se iban a realizar.

Cuando se cansó de jugar al hockey, de saltar, y de hacer diversas especialidades, se fue a dar una vuelta al circuito. Encontró a una de las voluntarias con las que antes había dado ya media vuelta, para que se colocaran, se paró, y empezó a hablar con ella. Pasó bastante rato, y mientras también saludaba a algunos amigos que pasaban corriendo. Estando ahí, se enteró de que a la una tenía que irse de nuevo al tinglado, para ir a desmontar todo. Y así hizo. Pasada una hora y algo, ya tenían todas las vallas agrupadas, y toda la cinta metida dentro de la furgoneta. Parte bastante divertida, ya que una vez metida toda (recubría toda, y hasta una altura considerable), tenían que entrar dentro unas diez personas. Ahí dentro, la gente empezaba a tirar cinta como si fueran rollos de papel higiénico, una fiesta. Y después de todo el esfuerzo, a comer para recuperar fuerzas.

Me lo pasé muy bien en esta edición, más que en la anterior, y disfruté mucho. Gracias a todos los que estuvieron ahí, al pie del cañón. ;)


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lunes, 16 de abril de 2012

Pavías '12 (Parte II)

Salieron de casa. Tuvieron un viaje normal. Llegaron y comieron. Y empezaba su rutina, al igual que el viaje anterior, a descansar un poco y a leer. Y después de un rato, al frontón. Cena y parchís. La historia se repetía, pero esta vez, con su padre en el amarillo. Los dos estaban a punto de ganar, pero se decantó por el rojo. A dormir. En unas horas sería ese día que estaba esperando desde hacía un mes.

Al despertar, parecía como si no hubiera pasado nada de tiempo desde la última vez, como si el día anterior hubieran estado Alex, Carlos y Tamara allí con él. Pero no era así.
El cielo estaba negro, las nubes bajas... pero poco a poco, mientras desayunaba, veía por la ventana cómo se fue despejando y saliendo el sol. Como si nada quisiera fastidiarle el momento.
Se prepara todo lo necesario para ir, y se pone en marcha. Por el camino, se imagina que ellos también están ahí, siguiendo sus pasos, esperando por ver a dónde les lleva. Esta vez, gracias a la anterior, ya sabe de sobra hacía dónde dirigirse. Imagina que ya nunca se le olvidará.
Ahí está. La entrada a la cueva. Tantos días deseando volver ahí. Las sensaciones recorren cada centímetro de su cuerpo. Con total agilidad, consigue meterse por el pequeño agujero, y bajar hasta la cámara en cuya pared, están grabados los nombres de las personas que consiguieron llegar hasta ahí. Ya podía volver con total tranquilidad. 
Pero antes, por el camino, debía tocar la piedra blanca, como diciendo que ha vuelto, que el camino no ha podido con él. Ahora ya, se podía pasar tranquilamente la tarde leyendo y la noche leyendo. Solo 100 páginas.


Al día siguiente, la familia llega para pasar el día. Pero a él, la verdad, es que no le va a cambiar mucho la rutina. Lee un rato por la mañana, lentamente, para poder saborear las últimas páginas. Se para para comer, y vuelve. Es una pena, ya que cada página que pasa sabe que está a una menos de acabar. Cuando lee la última palabra, sabe que ese mundo ya se le ha acabado. Pero, al igual que al pueblo, puede volver cuando quiera. Solo le hace falta volver a abrir la cubierta, y se encontrará dentro de un extraño y maravilloso mundo, alejado de toda su realidad.

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