Después de 4 años, nos tocaba luchar para demostrar que seguimos siendo los mejores de Europa.
Al principio, teníamos muchas dudas sobre el juego de España. Parecía que no funcionábamos. Eso nos parecía cuando nos enfrentamos contra Italia. Teníamos un juego desganado. No eramos los de siempre. Y cuando Di Natale nos marcó, nos derrumbamos. No podíamos creerlo. Pero no todo estaba perdido. Tres minutos después apareció Fabregas, para hacer el empate, y demostrar al país entero, que todavía había esperanzas.
Pero contra Irlanda, todo cambió. Los cuatro goles marcados nos recordaban nuestra identidad. Nos demostraban que podíamos ser más grandes de lo que ya eramos. Nos demostraban que merecía la pena seguir luchando por algo más que la victoria.
Llegó Croacia, y para nosotros fue como una final. A medida que llegaba el final, nos recordaban que si ellos marcaban, nos íbamos a casa. Pero ahí llego Navas, haciendo el gol que nos hacía pasar a cuartos de final.
Y ahí estábamos, en los cuartos de final, contra la Francia de Benzema y Ribéry. Una vez más, el equipo contrario parecía no estar en el terreno de juego. España dominó el partido, y Francia quedó reducida a pedazos... Nuestra venganza se hizo realidad.
Entonces llegó Portugal. Ya casi podíamos saborear la final, pero no iba a ser tan fácil. Pasaban los minutos y el marcador no se movía, nos temíamos lo peor. Tampoco Iniesta volvió a hacer historia marcando al final de la segunda parte de la prórroga. Portugal nos llevaba a los penalties. Casillas y Patrício paraban los primeros, luego, se van metiendo todos, excepto un larguero de Bruno Alves, la final estaba en los pies de Fabregas... que no falló. Volvíamos a estar en una final.
Volvíamos a pelear contra Italia. La sangre del antiguo imperio romano fluye por sus venas. Buscando la victoria, buscando la gloria, buscando pasar a la historia. Por las nuestras, la sangre de los soñadores, de los luchadores, de los vencedores, de los que nunca se rinden. En esta ocasión, los escudos romanos no servirían de nada. Al acabar la primera parte, dos goles nos colocaban como claros vencedores, y luego otros dos nos proclamaban CAMPEONES DE EUROPA.
Nuestros padres, nuestros abuelos, todos ellos, han estado esperando todas sus vidas para poder ver a España levantar una copa, y solo conocían la derrota. Cada dos años tenían la ilusión de que podía caer una. Solamente en el 1964 conocieron la grandeza. Y nosotros, nuestra generación, en cuatro años, hemos podido disfrutar de tres grandes finales, y las tres ganadas: Austria-Suiza, Sudáfrica y Polonia-Ucrania.
Quedan dos años para que llegue el Mundial de Brasil. No sabemos todavía lo que pasará. Pero lo que sabemos, es que volveremos a luchar por la grandeza.
Después de 4 años, vuelves a casa con nosotros.
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