martes, 20 de marzo de 2012

Pavías '12 (Parte I)

La siguiente historia que voy a narrar, es pura ficción. Cualquier parecido con la vida es real, es pura casualidad. Puede que los personajes os resulten familiares, o incluso los lugares. Pero como ya he dicho, es ficción. Bueno, no demoremos más la cosa.

Este viaje empieza unos días atrás, cuando cuatro amigos estaban caminando, y fueron a parar a un banco. Más relajados, se sentaron a hablar. La noche se iba haciendo cada vez más oscura y fría, y solamente la luz de la farola evitaba que se quedaran a oscuras. Muchas cosas se dijeron, y al final, cuando se pusieron de acuerdo, se había decidido algo muy importante. Tenían una cosa clara: no querían pasar las fallas en Valencia. Querían salir. Necesitaban salir de aquella ciudad inundada de caos. Decidieron, que la próxima aventura sería en un pequeño pueblo perdido en medio de las montañas, alejados de toda civilización.
Los días que les separaban pasaron volando, como si el tiempo se hubiera aliados con ellos para querer ayudarlos. Y de pronto, solo faltaba un día. Como habían acordado, todos se reunieron en casa de Abel, para así, a la mañana siguiente, levantarse temprano y empezar el camino.

La mesa estaba preparada para una cena deliciosa: patatas, champiñones, cebolla, espárragos, queso, carne, y en medio, el artefacto necesario para poder cocinar todo. Poco a poco, mientras probaban toda clase de combinaciones, se fueron llenando los estómagos. Hasta tal punto, que casi dejan la mesa vacía. Con el apetito ya saciado, se dispusieron a relajarse en los sofás, y a hacerse unas cuantas fotos, como principio del viaje.
Cuando ya se habían echado unas risas, y bajado un poco la cena, se fueron a las camas, a descansar. Al menos, eso se creían ellos. Una vez se acabó la guerra de las almohadas, declarada por el cruel y sanguinario Carlos, todos se dispusieron a dormir, pero solo unos pocos lo conseguirían, y no por mucho rato.

Había pasado una hora, y en la habitación tan solo se escuchaban las respiraciones, y los incesantes movimientos para encontrar la posición ideal para conciliar el sueño. Tan solo Tamara lo había logrado. Dos horas, y el tiempo parecía que se había quedado atascado. Al parecer, la inquietud estaba en el aire, ya que no solo una persona estaba despierta. Tres horas, y la desesperación aparece en el ambiente. Abel menciona tímidamente su nombre, para ver si es el único que sigue sin poder dormir, pero Alex le responde. No está solo. Para sorpresa de ellos, casi al instante, observan como Tamara se levanta de la cama, y se va. Al rato, se escuchan estornudos a lo lejos. Quince minutos más tarde, Abel abandona la habitación, y llega al comedor, donde se encuentra a Tamara, tumbada en el sofá. Le pregunta que si todo va bien, a lo que ella contesta que sí. Habiendo renunciado a la opción de dormirse por la vía normal, Abel había pensado que si se veía una película que ya se había visto muchas veces, al final el sueño lo acabaría ganando. Escogió una dirigida por el director Henry Selick: Nightmare before christmas. Pero... las escenas iban pasando, y le era imposible dejar que sus ojos se cerraran. En el otro sofá, Tamara ya dormía. Siguieron pasando las secuencias y las canciones, hasta que, siendo las cinco de la mañana, los créditos finales aparecían. Cansado de aquel improvisto de no poder dormir ni así, apagó la televisión, y desesperado, se tumbó el sofá. No pasó mucho tiempo hasta que por fin, sus ojos cayeron rendidos, y las puertas de los sueños se abrieron, para que su mente volara libre, entre los miles de mundos que se guardan en su cabeza.

Sonó el despertador. Tan solo habían pasado cuatro horas desde que consiguió dormir. Pero tocaba levantarse y preparar las cosas. Uno a uno, Abel fue despertando a los demás. Cuando todos estuvieron ya caminando por la casa, fue preparando su maleta, que todavía no la había empezado. No pasaron ni veinte minutos cuando ya estaba terminada. Así que, estando todos listos, fueron bajando al garaje, para ir cargando el coche. Eso parecía el tetris. Había que colocar estratégicamente todas las maletas para poder caber todos. Incluso algunas tuvieron que ponerse encima de los ocupantes.

Los kilómetros pasaban rápidamente. Abel, con la vista al frente, veía como la carretera parecía no acabarse nunca. Pero no podía resistir la tentación de mirar por el retrovisor para ver a sus amigos. A su vez, la música les hacía el viaje mucho más llevadero. Ya había pasado un buen rato desde que dejaron atrás Valencia, y tan solo les quedaban trece mil metros para llegar a su destino. Entonces la música se apagó, para así, poder poner los 5 sentidos en la carretera que les esperaba. Tenían por delante un sin fin de curvas, y un asfalto estrecho, donde difícilmente caben dos coches al mismo tiempo.

¡Al fin! Ahí estaba. Tras girar la última curva, tenían a la vista el pueblo... ¡¡¡PAVÍAS!!!

Lo que pasó en los siguientes días fue algo mágico, imposible de contar. Rutas, paseos, tranquilidad, paz... Parecía que el tiempo no pasaba por ese pequeño pueblo alejado de todo lo cotidiano. Podían tomarse esos días con total descanso, sin ninguna prisa. No querían que llegara el día en el que tuvieran que irse... Lo que fue de ese viaje, quedó reflejado en una libreta, y en ella, unos dibujos mostrando como veíamos a los otros.









Un lugar para descansar y olvidarse de todos los problemas del mundo.



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